El renegado y el héroe

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Lo que distingue a las víctimas de quienes dicen serlo es que jamás incurren en el victimismo. Quizás la prueba de que alguien es de verdad un héroe y no un farsante o un bocazas es un cierto aire entre de modestia y serenidad. Ni la víctima exhibe impúdicamente su condición ni el héroe, la heroína, hace ostentación de su coraje. Rosa Parks se mantuvo sentada en su autobús de Montgomery, en Alabama, con la misma templanza con la que se sentaría en la iglesia baptista de la que era muy devota, con su sombrero y sus guantes, el bolso sobre las rodillas juntas, las gafas que acentuaban su expresión pensativa. Energúmenos con y sin uniforme le gritaban tan cerca que le mancharían la cara de saliva, pero ni los malos modos con que la hicieron bajar del autobús y la llevaron presa por el delito de ocupar un asiento reservado a los blancos lograron alterar su presencia dignísima. La expresión serena de Rosa Parks se parece a la de la viuda de Alexei Navalni cuando habla mirando a una cámara con la misma fijeza acusadora que si mirara a los ojos de Putin; y también a la de esos hombres con abrigos negros y guantes que llevaban a hombros el ataúd con los restos martirizados de Navalni y sabían que ese simple gesto los estaba marcando a cada uno de ellos como una mira telescópica.

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