La afición por las intrigas policíacas se me ha desgastado con los años. El género que me gustó tanto se ha ido llenando en los últimos años de sangre y de vísceras, por esa inclinación a los barroquismos y las complicaciones superfluas que es propia de la época. Pero quizás, más que la saturación de psicópatas y efectos especiales de casquería, lo que me aleja de las ficciones policiales contemporáneas es el vuelo tan corto de las hazañas criminales que inventan, comparado con el lujo siniestro, con la ilimitada desmesura de los grandes asesinos de la realidad. Las reglas del género satisfacen y cansan: la aparición de un cadáver en circunstancias misteriosas, el proceso de la investigación, que es una metáfora tan seductora de la búsqueda del conocimiento, el descubrimiento del culpable, el castigo.
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