Cuando llegué a Madrid para estudiar, en un enero que recuerdo muy frío y muy nublado de 1974, el libro mejor situado en los escaparates de todas las librerías era un tomo grueso de Lenin. Se titulaba Materialismo y empirocriticismo, y su mismo título ya da una idea de su intraspasable espesor. A quien no viviera aquella época le parecerá inverosímil que en plena dictadura franquista un ensayo de V. I. Lenin pudiera editarse con normalidad, y exhibirse tan abiertamente. Pero lo más llamativo no era la presencia de ese libro con el nombre y la cara de Lenin en la portada: era la abundancia, la omnipresencia de ensayos y manuales de marxismo, de todo tipo de textos revolucionarios, de historias de las sublevaciones en el entonces llamado Tercer Mundo, de la revolución soviética, la revolución china, la lucha de Vietnam del Norte. La efigie de Lenin, la de Fidel Castro, la de Marx, la de Mao, estaban en muchas de las portadas de los libros de bolsillo de entonces, en las que predominaba una recia estética de realismo socialista.
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