Mi amigo Antonio Madrid vino a darme la noticia en la mañana gris de diciembre. Habían matado a Carrero Blanco. Anduvimos por la calle y había un silencio más profundo que el de todos los días a esa hora. No había manera de saber mucho más. Es muy difícil hacerse a la idea de lo aislado que podía estar uno del mundo exterior, con canales de información muy limitados, y todos oficiales, con pocos teléfonos, con una inercia universal de cautela y silencio. Mi amigo tenía ciertas conexiones: en su casa había teléfono; su hermana mayor estaba lejos, en la universidad, sumergida en borrosas militancias que a nosotros nos admiraban, y de las que nos llegaban inicios materiales valiosos, tocados por el prestigio de la clandestinidad y tal vez el heroísmo: ejemplares de Mundo obrero impresos en multicopista, panfletos con hoces y martillos, convocatorias de huelgas lejanas, fotografías confusas de militantes obreros encarcelados.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.