Buenos días, Vicente artificial

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A lo que más va pareciéndose por ahora la Inteligencia Artificial, con sus correspondientes mayúsculas santificadoras, es a la antigua tontería natural, la tontería humana, que cuando se cruza con ingredientes tales como el papanatismo y la codicia puede producir resultados aterradores. La inteligencia artificial, ahora en minúsculas, y no desde luego en siglas, para no sacralizarla más todavía, se nos presenta a los ignorantes —es decir, a todos nosotros— como la mayor en esa serie de grandes oleadas tecnológicas que vienen marcando las últimas décadas, innovaciones prodigiosas que parece que vinieran de la nada y que cambian el mundo con la fuerza inapelable, y desde luego impersonal, de los fenómenos naturales, o de aquellas transiciones de unos modos de producción a otros con las que nos afligían nuestros profesores marxistas de Historia en la universidad. Dado que las fuerzas históricas eran inevitables, cualquiera que se atreviera a disentir de la dirección que imponían estaba condenado a la obsolescencia —y a lo que Trotsky llamó “el cubo de basura de la Historia”— y también, con bastante frecuencia, a la prisión y al tiro en la nuca, como bien supo el propio Trotsky, porque esos movimientos históricos tan abstractos tienen la particularidad de manifestarse en hechos concretos de extraordinaria sordidez, y de abundante derramamiento de sangre.

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