Golpe a golpe de Estado

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Desde el otro lado del río, nada más bajar del taxi, lo que estoy viendo es un edificio real y un recuerdo de hace 43 años. Llueve fuerte y hace mucho viento en la mañana de San Sebastián, y el paraguas que me han prestado en el hotel ofrece una protección insegura. Tengo apenas dos horas antes de salir hacia el aeropuerto, pero al llegar aquí ha desaparecido toda urgencia, igual que han desaparecido las voces del presente, las que durante todo el día de ayer y desde primera hora esta mañana me han asaltado con una intermitencia más agresiva que la de esta lluvia cantábrica. En la radio del taxi las voces repiten insultos broncos y chistes chabacanos, denuncian y vaticinan la dictadura inminente, el golpe de Estado, el derrumbe del país. He visto gesticulaciones demagógicas en las pantallas sin sonido del aeropuerto. He entrado en el taxi en San Sebastián, vislumbrando de golpe y desde arriba, en una curva de la carretera, la amplitud azulada y los colores atenuados de postal de la bahía de la Concha. Reconocía y nombraba los montes, Igueldo, Urgull, la mancha blanca del Club Náutico, las torres de Santa María sobre los tejados de la Parte Vieja. Y mientras la memoria me llevaba hacia los días de mi juventud en la ciudad, el tirón del pasado se malograba en parte por la intromisión de las voces del presente, las más templadas o sensatas perdiéndose en el griterío de la bronca.

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