El espacio de lo público se va reduciendo, desmoronando, encogiendo cada día delante de nuestros ojos, sin que prestemos demasiada atención, aturdidos y atomizados cada uno en la privacidad incesante de nuestras pantallas, abismados sobre ellas, hipnotizados, lo mismo en un vagón del metro que junto al ventanal superfluo del autobús, o la ventanilla del tren por la que discurre un paisaje que no mira nadie. Alzas los ojos de la pantalla, como el que se incorpora un momento y no llega a despertar, y lo que tienes delante es otra pantalla en la que muy probablemente hay un mensaje que se dirige a ti, en exclusiva, a ti porque eres especial, te asegura. Lo público o no existe o se va reduciendo tan irreversiblemente como el hielo del Polo Norte o de la Antártida.
Todo privado y para ti
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