Tal vez la incertidumbre permanente en que vivíamos hace que el recuerdo sea todavía más borroso, como una de esas fotos movidas de colores dudosos que hacían las cámaras de entonces. Son los colores de 1981, de las vísperas del verano, cuando el susto del 23 de febrero se iba quedando lejos pero no se atenuaba, porque no faltaban ni un día las sospechas inquietantes de un nuevo golpe militar, y parecía que el país entero estaba desmoronándose, que no había sosiego en nada, ni en la política ni en la vida cotidiana, sino un sinvivir continuo, alimentado por la saña criminal de los terroristas de diverso pelaje, cada grupo con sus siglas siniestras, todos empeñados en ahogar en sangre y furia el edificio tan frágil de una democracia que parecía tenerlo todo en contra, la ruina económica, la irrupción de la heroína, la delincuencia violenta.
Novela negra y esperpento de 1981
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