Uno de los hallazgos decisivos sobre el comportamiento de los simios lo hizo un científico español que no tenía ni título universitario y cuyo nombre muy probablemente usted no ha oído nunca. En los años sesenta, en los bosques de Guinea Ecuatorial, el naturalista Jordi Sabater Pi se fijó en unos bastones como de cuarenta centímetros incrustados en las paredes de una termitera. Pensó que podían pertenecer a los pigmeos que habitaban la zona, pero tras mucha observación, y tras encontrar muchos bastones similares, Sabater Pi descubrió que eran chimpancés quienes los cortaban y los usaban, para extraer termitas y larvas sabrosas del termitero, y también para recoger un cierto tipo de arena con propiedades terapéuticas. Poco tiempo después, y en otras zonas de África, Jane Goodall iba a hacer descubrimientos similares, pero fue Sabater Pi quien publicó primero el suyo, nada menos que en la revista Nature, en 1969, no sin provocar el rechazo y hasta el escándalo de antropólogos y de filósofos. Su testimonio desarmaba de golpe la presunta divisoria radical entre los seres humanos y las demás especies animales: la capacidad exclusiva para fabricar herramientas.
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