Amalia Avia, en su mundo

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La cuestión está en encontrar un mundo, descubrirlo, irlo inventando poco a poco, desde dentro, como quien se queda a vivir desde el principio en la casa que está construyendo. Que sea un mundo visual, escrito, sonoro, no es lo más importante. Lo que importa es que sea verdadero y reconocible, no porque busque satisfacer la expectativa de un cierto público, sino porque también es irremediable, porque quien lo ha inventado y lo cultiva y le va añadiendo pormenores y derivaciones con el tiempo no puede hacer otra cosa, ya que ese mundo es la emanación, hasta la sustancia misma de su identidad más secreta. Es lo más propio que uno tiene y sin embargo no es algo elegido, ni planeado. Es un tesoro que muchas veces no se sabe ni que se posee, de tan visceralmente que forma parte de uno mismo. Nadie elige su voz: tan solo puede educarla. Nadie elige tampoco su mirada. Pero a veces pasa mucho tiempo entre el hallazgo de la vocación y el descubrimiento de su mejor forma posible, de los materiales que se corresponden con ella, y también puede suceder que ese descubrimiento no llegue nunca, por falta de un azar benéfico, o por culpa de un entorno que esterilice las mejores facultades. Hay quien tiene un mundo poderoso y exclusivamente suyo y acaba aprisionado en él, víctima de su propio amaneramiento. Eso no le pasó nunca a Onetti, a Giorgio Morandi, a Thelonious Monk, exploradores inagotables de territorios muy confinados en sí mismos: pero me parece que le ha pasado, por ejemplo, a Patrick Modiano.

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