No hay “imaginaciones desbordantes”. La imaginación tiene límites mucho más severos de lo que parece. El físico Richard Feynman decía que es mucho más valioso imaginar lo que existe que imaginar lo que no existe. El método científico permite imaginar lo mesurable y concreto con bastante precisión, pero más allá de esas certezas, que sin embargo nunca despejan la penumbra de lo indeterminado, delante de la imaginación se extiende una gran oscuridad que es la de los extremos de la naturaleza humana y la de los límites de nuestra capacidad de comprender. El aficionado a la historia acepta que hay hechos del pasado que pueden conocerse de una manera razonable, y otros de los que nunca vamos a tener una información suficiente, y también muchos otros de los que no ha quedado rastro documental ni material. Pero incluso lo que damos por conocido, lo que sucedió no hace demasiado tiempo, se revela lleno de incertidumbres y de espacios en blanco cuando queremos mirarlo con cierto detalle: entonces nos abruma la amplitud de todo lo que ignorábamos, y nuestro amor por el conocimiento histórico se fortalece, al mismo tiempo que apreciamos sus limitaciones.
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