La lengua viva y hablada es el desafío más difícil de la literatura. La declaración humanista de Juan de Valdés, “Escribo como hablo”, anuncia un propósito de sencillez, pero esconde la complicación de esa tarea, porque entre la lengua escrita y la hablada hay mucha más distancia de la que parece. Y la dificultad es mayor cuando ya no se trata de escribir como habla uno mismo, o como imagina que lo hace, sino como hablan otros, sean personas reales o personajes inventados. Nietzsche decía que una parte del estilo consiste en lograr, a partir de palabras escritas y leídas en silencio, la riqueza completa de la expresión oral, de todo lo que la escritura no refleja, el tono de las voces, los gestos, la expresión de la mirada de quien habla. Antonio Machado lamenta la falta de huella de oralidad en la literatura de su tiempo, él que quiso escribir una prosa que tuviera el tono de una conversación animada y cordial y revivir en sus versos la sobria música de la poesía popular.
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