He emergido del metro en la estación de la Ciudad Universitaria y he tenido la sensación de que salía de golpe a un paisaje intacto de mi memoria lejana. He salido justo frente al mediocre brutalismo de la Facultad pomposamente llamada “de Ciencias de la Información”, donde pasé el curso abreviado de 1974, y como desde entonces no he vuelto casi nunca a estos parajes, la sensación de viaje en el tiempo ha sido muy intensa. Quien soy ahora mismo se borra y en su lugar aparece la silueta dudosa de quien fui a los 18 años. La lejanía de la memoria personal se confunde con el pasado histórico. Un poco antes de que yo llegara a aquel Madrid siniestro, con mis fantasías de artista adolescente y de conspirador antifranquista, habían asesinado a Carrero Blanco. Unos meses después iba a estallar en Portugal la revolución de abril, que nos llenó a todos de temerosas ilusiones al ver cómo se derrumbaba aquí al lado, sin sangre, de un día para otro, una dictadura más fósil todavía que la española.
Despertar de una pesadilla
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