Henry James escribió algunas de las mejores historias de fantasmas de la literatura, pero era su hermano, William James, el que creía en ellos, como muchas mentes ilustres de la tardía época victoriana, mentes de formación científica convencidas de que el método experimental, tan fructífero en el avance del conocimiento, podía definitivamente demostrar la perduración de la conciencia humana después de la muerte. Las sesiones de espiritismo eran una forma de entretenimiento de las clases acomodadas, pero hacia el final del siglo XIX se convertían cada vez más en proyectos severos de investigación, dotados de protocolos exigentes, a fin de distinguir los verdaderos fenómenos de comunicación desde el otro mundo de los engaños de los impostores, algunos de los cuales se aprovechaban de avances tecnológicos tan convincentes como la fotografía. Médiums de mucho éxito organizaban séances en las que se contaba con la participación de un fotógrafo, que al usar un tipo de placas excepcionalmente sensibles podía captar, junto a la imagen de una persona doliente por la pérdida de alguien, la presencia casi impalpable de su fantasma añorado, convocada por la fuerza simultánea del dolor y las poderosas energías mentales del médium, que con mucha frecuencia era una mujer. William James, padre de la disciplina moderna de la psicología, fue uno de los fundadores de la Psychic Research Society, que gozó de un prestigio parecido al de otras instituciones superiores de investigación, y que durante muchos años llevó a cabo experimentos con todo tipo de controles técnicos, aunque con resultados que no siempre parecieron corroborar las expectativas de los estudiosos. La PRS no era un club de gente oscura o excéntrica. Llegaron a presidirla varios premios Nobel de Física y de Fisiología, y entre sus socios más prominentes estuvieron Henri Bergson, John Ruskin y el ex primer ministro británico Gladstone. En 1869, el propio Charles Darwin había participado en una sesión de espiritismo organizada por su hermano Erasmus, más proclive que él a esa clase de indagaciones, y aunque vio moverse y golpear contra el suelo la pata de una mesa, y escuchó una voz quejumbrosa en la oscuridad, no acabó convencido de las visitas astrales que a su hermano le parecían irrefutables.
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