De las cenizas del periódico queda al cabo de los años el oro de la literatura. Escritas en presente, destinadas a la duración de un solo día, las palabras sobreviven intactas en el porvenir sin perder la vibración instantánea con la que nacieron. Pero en la literatura del periódico, como en la del libro, no es oro todo lo que reluce, y con el tiempo la columna más concienzudamente literaria se queda obsoleta y se disgrega como el papel viejo en el que se imprimió, y son las voces en apariencia comunes y urgentes del reportero o el redactor de batalla las que resulta que perduran. En los periódicos españoles de los años treinta abundan las colaboraciones bien destacadas tipográficamente de literatos célebres, Ortega y Gasset, Unamuno, Baroja, pero muchas de ellas, leídas ahora, suenan retóricas, o pomposas, o frívolas, o embarazosas por el impudor de sus prejuicios —hay artículos de Baroja sobre los judíos en la Alemania de Hitler que hielan la sangre—. Y, en cambio, donde nos asalta la literatura es en las crónicas de actualidad que firman periodistas a los que nadie concedía en el momento el menor prestigio de escritores: Josefina Carabias, Manuel Chaves Nogales, Luisa Carnés, que se hizo contratar como camarera para contar por dentro la vida agotadora de las mujeres que trabajaban de doncellas de cofia blanca y uniforme negro en los hoteles de lujo de Madrid.
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