Por la ventana

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Desde los aplausos de marzo y abril, balcones, ventanas y terrazas han recobrado algo de la relevancia que habían perdido sin que nadie se diera demasiada cuenta. Entre la intimidad hermética de la vivienda propia y la intemperie de la calle, el balcón y la ventana eran un espacio intermedio, abierto al mundo y también a salvo, permitiendo una efectiva fraternidad con los desconocidos sin romper la burbuja protectora del confinamiento. Yo apenas había pasado tiempo en el balcón en los casi cuatro años que llevaba en mi casa. Habíamos instalado distraídamente un conato de jardín, con un sistema de riego automático que nos eximía del cuidado diario y nos permitía olvidarnos de las plantas durante viajes y ausencias prolongadas. Hasta la jardinería más simple requiere un cierto grado de sedentarismo. Mirar por la ventana o acodarse en el balcón para contemplar la calle o el cielo o la lejanía también requiere cierta disposición para no hacer nada.

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