Ruido o silencio

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Hay ocasiones temibles en las que todas las cosas que uno más detesta llegan juntas. Juan Ramón Jiménez debería de estar pensando en eso cuando escribió que su peor pesadilla era imaginar una misa de campaña en una plaza de toros. Así estarían unidos el militarismo, el clericalismo, la ordinariez sangrienta de la tauromaquia. Lo que para Juan Ramón Jiménez era solo una hipótesis para mí fue una realidad el sábado 23 de mayo, cuando justo debajo de mi balcón, durante más de dos horas, se congregaron algunas de las cosas que me parecen más detestables en la vida: los atascos de tráfico, el berrido de los cláxones, los himnos marciales, las banderas, las motos de gran cilindrada envenenando y atronando el aire con los tubos de escape. Habría faltado quizás, para completar el cuadro, el bramido de alguna fiesta originaria, tal vez con lanzamiento de toneladas de tomates, o de explosiones aterradoras de petardos, o de mozos bravíos alanceando toros o corriendo delante de ellos con gran arrojo masculino.

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