Dice Simone Weil que hay un infierno habitado por personas que creen encontrarse en el paraíso. En 2013, a los 25 años, Anna Wiener se mudó de Nueva York a San Francisco, siguiendo la promesa de un trabajo en una compañía de Silicon Valley, una start-up dedicada a la gestión de datos masivos. Wiener no tenía una formación científica ni tecnológica, sino literaria. Después de licenciarse en la universidad había ocupado puestos subalternos en el mundo editorial, en una época marcada todavía por la gran recesión de 2008. En la agencia literaria en la que trabajaba como asistente con un sueldo muy bajo el ambiente era de desánimo. Todo, en el mundo de los libros, parecía ir deteriorándose: menos lectores, menos librerías, la primacía insolente y destructiva de Amazon, el aire de anacronismo de los volúmenes tangibles y las páginas impresas frente a la novedad cegadora de todo lo digital.
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