Empecé hace unas semanas a leer a Don Winslow y no he podido dejarlo. Hasta hace muy poco apenas me había fijado en sus libros y ahora empiezo uno en cuanto he terminado el anterior, y compruebo con impaciencia, casi con alivio, que acaba de publicarse otra novela suya, que reseñaba hoy mismo The New York Times. Lo peor de los prejuicios es que uno no sabe que los tiene. En escaparates de librerías, en suplementos literarios de aquí y de fuera, yo había encontrado el nombre de Don Winslow, pero no me había fijado mucho en él porque venía asociado a ese tipo de novelas que uno ve muy destacadas en las librerías de los aeropuertos, con portadas como titulares sensacionalistas, a veces en letras doradas en relieve.
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