Simone Weil dice que una de las necesidades vitales de las personas de clase trabajadora es la belleza. Sin belleza en la vida cotidiana y en los procesos mismos y en los resultados del trabajo no hay justicia social. No sé si Weil llegó a conocer los escritos y las obras materiales de William Morris, pero de un modo u otro le llegó su influencia, en parte porque el movimiento de vindicación del trabajo artesanal y de búsqueda de la educación y la justicia que Morris y los amigos de su círculo iniciaron se extendió por toda Europa, en parte también porque su sensibilidad personal está empapada del mismo espíritu que alentaba en Weil, y que ya se había manifestado mucho antes en la obra de William Blake y en la de Thoreau: un rechazo de los poderes destructivos y esclavizadores desatados por el industrialismo; una defensa no tanto de paraísos retrógrados anteriores a la Revolución Industrial, sino de formas de relación personal con el trabajo, la vida comunitaria y la naturaleza que equivalían a una forma radicalmente alternativa de economía y de desarrollo. Hasta hace no mucho, figuras como William Blake, Thoreau, John Ruskin, William Morris, Weil eran contempladas con una condescendencia despectiva. Una ortodoxia a la vez capitalista y marxista proponía que el único progreso posible, bien hacia el socialismo o hacia la plenitud del libre mercado, era el crecimiento industrial, o lo que se llamaba en lenguaje marxista el desarrollo de las fuerzas productivas. La creencia insensata en el progreso ilimitado parecía la única forma posible de racionalidad.
[…]