Hay una expresión en inglés que me gusta mucho: to face the music. Significa hacer frente a las cosas, a lo que no hay más remedio que encarar. Pero, como casi todos los dichos, tiene un chispazo de poesía que no se agota en la explicación práctica. Irving Berlin hizo una canción espléndida a partir de esa expresión: Let’s Face the Music and Dance. Irving Berlin, como los grandes autores de la canción americana, tenía el don de ser al mismo tiempo muy alegre y muy triste, sentimental y realista, liviano y en el fondo oscuro.
Ayer me vi de nuevo frente a la música: en el Auditorio Nacional, viendo y escuchando al Balthasar Neumann Chor&Ensemble, bajo la dirección experta y arrebatada de mi querido Pablo Heras-Casado. Hacían la tercera parte de la Selva morale e spirituale del inmenso Monteverdi. Es una música que no se acaba nunca. Tiene un resplandor como el de las grandes suites y cantatas de Bach, como el de los oratorios y las obras de gran aparato cortesano de Haendel, música religiosa que es también una gran celebración del mundo terrenal. Pablo empezó dirigiendo música coral y se le nota mucho el entusiasmo y la solvencia. Por azares de la vida, yo descubrí a Monteverdi muy pronto, porque mi amigo Nicolás me hizo escuchar y me grabó en cinta magnetofónica Il ritorno di Ulisse in Patria: en Granada, a principios de los años 80. Yo iba a su casa con discos de Charles Mingus y volvía con Monteverdi y La Traviata bajo el brazo.
Y así sigue uno, con las mismas aficiones, haciendo frente a la música como se hace frente al viento cuando se va muy rápido en la bici.