Gente joven y editoriales nuevas me descubren nombres necesarios que de otro modo no habría conocido, y me ayudan a corregir algunas de las tonterías y las mentiras que di por verdades en mi juventud, y a ver cosas que hubiera debido ver hace tiempo. Cuando tenía 20 y 30 años me habría venido muy bien leer a Simon Leys, que fue uno de los espíritus de verdad libres del siglo pasado, de la estirpe de Orwell, de Camus, de Cioran, de Czeslaw Milosz, un raro que combinó lo más erudito de la filología clásica china con el amor por la navegación en velero y la heterodoxia política con la novela. Belga de nacimiento, escribió en un francés espléndido, pero emigró a Australia después de vivir varios años en Hong Kong y se convirtió también en un excelente escritor en inglés. En 1971 publicó un libro que a mí y a muchos otros nos habría sido muy útil leer en aquellos años, El traje nuevo del presidente Mao. Lo más triste no es pensar que nuestras penurias culturales de entonces hicieran inviable su publicación inmediata en español. Lo triste de verdad es saber, con una lucidez inútil por retrospectiva, que si el libro hubiera llegado a nuestras manos, si hubiéramos sabido de su existencia, nos habríamos negado a leerlo, aunque no de condenar su perfidia y de descalificar a su autor como un reaccionario, quizás un agente del imperialismo.
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