Así es como se difunde o no se difunde la literatura, amiga ciclista y lectora: uno va por la calle en su bici y ve un puñado de libros que alguien ha dejado a disposición del que pase, y uno de ellos contiene las “novelas de Ferrara”, del inmenso Giorgio Bassani. Así se difunde o no se difunde, como la semilla en la parábola del Evangelio, o como cualquier semilla, cualquier contagio o transmisión. Uno de los libros más valiosos y más influyentes para la modernidad es el De rerum natura, de Lucrecio: desapareció durante 14 siglos, y un humanista encontró la única copia que existía -hecha en el siglo IX- en la biblioteca de un convento en Alemania. Sin Lucrecio no hay Montaigne, ni una gran parte del pensamiento racional, empírico y ateológico del que nace el método experimental y la libertad de espíritu. Pero muy bien pudo haber desaparecido sin rastro, como tantas maravillas de las que no sabremos nada.
Bassani es de los grandes escritores poco conocidos -fuera de Italia, al menos- del siglo XX. Sus novelas y sus cuentos suceden casi siempre en el espacio reducido de su ciudad natal, Ferrara. Vittorio de Sica, ya muy mayor y muy amanerado, llevó al cine “El jardín de los Finzi-Contini”, con esa estética retro y vaporosa que se puso de moda en los primeros setenta, creo que a consecuencia del éxito del “Gran Gatsby” que protagonizaban Robert Redford y Mia Farrow. Como dice esa cabra que se está comiendo junto a otra el rollo de película, me gustó más el libro. Cuando yo escribía El invierno en Lisboa me influyó mucho la manera en que trata Bassani en esa novela las imposibilidades del amor. La primera escena, en la que se cuenta una visita a unas tumbas etruscas, me sigue dando la misma envidia insuperable que me dio la primera vez que la leí. Otra historia suya, “Los anteojos de oro”, es una obra maestra de ese género tan difícil, y tan agradecido cuando surge el milagro, la novela corta.
Y allí estaba, Bassani, en alemán, en una de esas pilas de libros que la gente deja en la calle, esperando, esperándote.