La poesía puede existir sin escritura, y así es como debió de crearse y transmitirse durante la mayor parte de la historia humana. La prosa, que no puede memorizarse con facilidad por carecer de las pautas métricas y rítmicas del verso, está vinculada necesariamente al acto de escribir y al de leer, aunque no se haya desprendido nunca de su origen en la oralidad. Los textos se escribían sin puntuación ni separaciones entre las palabras: solo leyéndolos en voz alta se podía determinar su sentido. Como muy pocas personas sabían leer, las historias escritas llegaban a través de la voz a la mayor parte de quienes tenían algún acceso a ellas. En la venta manchega de Don Quijote, las mujeres de la familia del ventero y los campesinos y los viajeros que se albergan en ella escuchan con una avidez de trance las historias que vienen impresas en los libros y las que se han copiado a mano. La prosa debió de nacer no de los cuentos populares que al fin y al cabo conocía todo el mundo, y que pasaban con naturalidad de unas generaciones a otras, sino de los relatos de los viajeros que regresaban de lugares a los que no había ido nadie más, en mundos de vidas ancladas a la tierra y muy escasos de caminos practicables y seguros. También en Don Quijote hay un ejemplo espléndido de eso en la historia del Cautivo que ha regresado a España después de más de 20 años de aventuras.
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