Llega un momento en que el calor tiene un efecto gravitatorio. Parece que vives en un planeta más grande que la Tierra, en el que la fuerza de la gravedad añadiera a los pasos una lentitud de suelas de plomo.
Vivo junto a un ventilador razonablemente silencioso. Me tumbo a leer y se me van las horas, no sin el remordimiento de la inmovilidad y la vagancia. No siempre la lectura vence al sopor. Mi hijo mayor, cuando era niño, le decía a la gente que su padre era un león, porque nunca paraba de leer. El calor me vuelve león perezoso, somnoliento a ratos, devoralibros a la sombra, en la brisa modesta del ventilador.
En dos días me leo dos libros. No son largos, pero sí sustanciosos, muy bien escritos, nutritivos de información y pormenores de vidas. Leo “Españoles en París”, de Fernando Castillo. Leo también, alternándolo, “La Revolución rusa: Historia y memoria”, de José María Faraldo. Fernando Castillo vuelve al París de la Ocupación con la fatalidad del escritor que está siempre regresando al núcleo central de su mundo imaginativo. En otros libros suyos ya ha escrito con mucho detalle, con una poderosa intuición para la atmósfera del tiempo, sobre esos personajes desamparados o extraños o siniestros o erráticos que se cruzaban por París en los años del miedo y la vergüenza. Ahora añade personajes a su repertorio, vidas contadas en cuatro o cinco líneas que podrían dar para biografías, para novelas enteras: los españoles exiliados, los escondidos, los amenazados, los pícaros, los sinvergüenzas, los lunáticos, los delatores, los verdugos.
José María Faraldo logra, en poco más de 200 páginas, dos cosas que parecen incompatibles: la síntesis histórica y la riqueza de las fuentes primarias; la visión del conjunto y la atención a las peripecias vitales de la gente común, a las voces de testigos casuales, de víctimas, de conspiradores, de transeúntes. es como si usara al mismo tiempo el telescopio y el microscopio: en la gran panorámica de aquellos hechos la lente se acerca para revelarnos las vidas y los rostros de algunas de esas figuras que son abstractas en los cuadros, figurantes o extras en el melodrama de la Historia.
Siendo dos libros tan distintos, el de Fernando Castillo y el de José M. Faraldo tienen en común la melancolía de las vidas individuales arrastradas o aniquiladas por los cataclismos de la sinrazón, de la guerra, del fanatismo político. Voy del uno al otro, limitando al máximo los movimientos, al fresco del ventilador, de Petrogrado a París, de la Cheka a la Gestapo, con el placer inmediato y primitivo de aprender historias, con la satisfacción intelectual de comprender algo mejor lo muy difícil.