Hay aniversarios secretos. Hace ahora 60 años, en 1957, en diciembre, dos noches sucesivas, en un estudio de grabación de París, ocurrió un hecho musical inusitado. En una pantalla de cine se proyectaban en silencio las imágenes de una película que todavía no estaba terminada de montar, Ascenseur pour l’échafaud. Su director era un muchacho de 25 años, Louis Malle, que estaba haciendo cine por primera vez. Delante de la pantalla, un grupo de músicos hacían algo que tampoco se había intentado nunca hasta entonces. Mientras miraban la película, en una penumbra plateada de blanco y negro, iban improvisando su banda sonora. Una Jeanne Moreau resplandeciente y muy joven aparecía en la pantalla, en primeros planos de ansiedad o deseo, en caminatas nocturnas por un París de letreros luminosos, adoquines y ventanales empañados de cafés que seguía pareciéndose mucho al de las fotos de Brassaï de 20 años antes. Jeanne Moreau estaba fantasmalmente en la película y también estaba en el estudio, detrás de una barra improvisada, repartiendo bebidas entre los músicos, los técnicos de sonido, el personal de la película.
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