Es instructivo leer vidas de escritores y luego darse una vuelta por una feria de libros antiguos, ediciones raras, manuscritos, cartas. Cada año, en marzo, en un cuartel gigante de la época de la guerra civil americana, el Armory de la calle 67 y Park Avenue, hay en Nueva York una feria que reúne a libreros y a coleccionistas de medio mundo. En medio de la excitación y la exaltación continua, indiscriminada y ya tediosa de todo lo digital, una feria dedicada a los libros impresos y tangibles, a los manuscritos, a las huellas materiales del trabajo y la presencia de quienes se han dedicado al oficio de la literatura, sin duda es un hecho alentador, y desde luego inusual. El maleficio del aturdimiento y la amnesia parece inseparable de un mundo en el que todo gira en torno a pantallas de plástico muy pulido en las que ningún roce deja huella, y en las que lo aparecido en un momento borra con urgencia y sin ningún esfuerzo lo que apareció unos segundos antes.
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