No estoy en Madrid y no puedo ver el Billy Budd del Teatro Real. Vi uno excelente aquí en el Metropolitan hace unos cuantos años, y escribí algo sobre él. Está bien cuando se juntan cosas distintas que a uno le gustan mucho por separado. Me gusta mucho la música de Benjamin Britten, y me gusta igual Herman Melville, así que tener juntas la literatura de uno y la música del otro es una perfección multiplicada de la vida, como ver The Dead adaptado al cine por John Huston, o como escuchar al inmenso pianista de jazz John Lewis -el del Modern Jazz Quartet- improvisando en torno al Clave bien temperado.
Melville es un personaje misterioso. Hay una foto de alrededor de 1890, tomada en The Battery, la punta sur de Manhattan, en la que se ve de lejos a varios caballeros solitarios, vestidos muy de negro, con sombreros altos, alguno de ellos apoyado en una baranda frente al mar. Hay uno que según dicen podría ser Melville. Pero está lejos, y aunque el aspecto es parecido no hay manera de saberlo. Al pobre Melville, que tuvo un comienzo literario triunfal con el relato entre embustero y verídico de sus aventuras en las islas de los mares del Sur, Moby-Dick la garantizó la posteridad, pero le hundió la vida. Fue un fracaso tan completo que ya no levantó cabeza. Según cuenta Andrew Delbanco en una estupenda biografía que publicó en español Seix-Barral, varios años después de su publicación quedaban 2.400 ejemplares sin vender en el almacén de la editorial. El almacén se incendió y de Moby-Dick ya no quedó ni rastro.
Hay vidas simétricas: en la primera parte de la suya, Herman Melville viajó por el mundo, en un barco de guerra y en un ballenero, anduvo entre los caníbales y mujeres tentadoras de la Polinesia, viajó por Europa, llegó hasta Tierra Santa. En la segunda parte acudió seis días a la semana durante veinte años a una oficina de la aduana de Nueva York, donde tenía un puesto bastante humilde de funcionario. Publicó alguna novela más que recibió peores críticas todavía que Moby-Dick. El manuscrito de Billy Budd estaba en un cajón de su escritorio cuando murió, en 1891. Dice Delbanco que Melville nació en una ciudad de coches de caballos, barcos de vela y lámparas de aceite, y murió en otra de trenes elevados, transatlánticos, teléfonos, iluminación eléctrica. Todo el que llega a viejo acaba siendo un extranjero en el tiempo. Pero la extranjería de Melville venía también de que cuando murió apenas estaban naciendo sus primeros lectores. Billy Budd se publicó por primera vez en los años 20. Moby-Dick se reeditó -desde 1852- en 1924: en la edad de Ulysses, Ms. Dalloway, Manhattan Transfer, To the Lighthouse, Proust, The Good Soldier, The Great Gatsby.
Se dice, con razón, que una justicia lenta no es justicia. Pues que decir de una justicia póstuma.