Yo siempre he tenido el sueño de ir a Islandia. Lo primero de todo porque me gusta el nombre, y me quedó de la niñez una fascinación duradera por la belleza de los nombres de lugares, por la poesía verbal y visual de los mapas: esas islas contra el fondo azul marino de los océanos que no habíamos visto más que en las películas. Uno de los nombres que más me ha hechizado en la vida es el de la capital de Mongolia. ¡Ulam Bator! Me imaginaba una ciudad amurallada con unas puertas tan enormes como las del reducto selvático de King Kong.
Durante años mi amigo Ricardo Martín y yo planeamos un viaje boreal del que nos saldría un libro: él con su cámara y yo con mi cuaderno, empezando en el Báltico y subiendo hasta el Círculo Polar Ártico, con parada en Islandia, Iceland, la tierra del hielo, la Ultima Thule de Séneca. Ultima Thule tampoco es un mal nombre. Como los dos somos unos zánganos no lo hemos hecho nunca.
El deseo de ir a Islandia se me reverdece cada vez que leo Viaje al centro de la Tierra. Julio Verne inventaba títulos tan buenos que ya las novelas hasta parecen innecesarias. Una de las cosas que más me gustaban de sus libros era la precisión geográfica: hasta las islas que no existen, como la isla Lincoln, tenían su longitud y su latitud, y yo me esforzaba en calcularlas en los mapamundis. Hoy viene Miguel y me pregunta si tengo alguna edición de Viaje al centro de la Tierra, y cuando la busco resulta que es la suya, la que le regalé cuando era un niño, firmada por él con una rúbrica infantil. Me dice que si por fin hago el viaje se apunta.
La razón inmediata es que el otro día estuve con el fotógrafo Juan Baraja en su estudio, y me enseñó un álbum de fotos que hizo durante una temporada invernal en Islandia. Juan Baraja es un fotógrafo lento. Está especializado en arquitectura, y trabaja con una cámara de placas, con cortinilla negra, con un trípode, con todo tipo de tuercas y ajustes manuales para precisar las imágenes. La pasión por lo analógico cunde entre la gente joven. En el estudio de Juan Baraja cumplo un antiguo sueño: meto la cabeza bajo la cortinilla negra -en este caso, una camiseta vieja- y es como si hubiera entrado en una cámara oscura, con la imagen grande, cuadriculada, invertida y precisa delante de mí.
Juan ha hecho en Islandia fotos de acantilados, de pueblos en la nieve, de horizontes marítimos, de islandeses meditabundos, de invernaderos. Como la energía geotérmica es abundante y gratuita resulta que Islandia está llena de invernaderos en los que se crían plátanos y tomates y plantas tropicales. En un páramos invernal en el que solo crecen líquenes resalta como un fanal un edificio luminoso: es uno de los invernaderos que fotografía Juan Baraja. Juan retrata edificios como otros retratan personas: les da el mismo sentido de carácter y de persistencia en el tiempo, de singularidad misteriosa.
Como si tuviera pocos proyectos insensatos en la cabeza, ahora tengo uno más: ir a Islandia y escribir un libro que sea el equivalente en palabras de las fotos de Juan Baraja.