Creo en los contagios benéficos de la literatura: una variante anterior y más humana de eso que ahora se llama “viral”. Creo en el entusiasmo gracias al cual una lectura apasionada se contagia a otro lector posible y crea una cadena misteriosa, y muchas veces invisible, de afinidades.
No creo para nada en las imposiciones de la moda. No hace falta tener prisa por leer lo inmediato, lo que todo el mundo te dice que has de leer; lo que incluso tienes la tentación -cobarde, pero tan comprensible- de decir que has leído y que te ha gustado mucho, aunque no sea verdad lo segundo, y ni siquiera lo primero.
Creo en la militancia del disfrute: uno quiere compartir lo que le ha gustado mucho. Si te encuentras un billete de cien euros en la calle no quieres compartirlo con nadie. Si te encuentras una película o un libro que son como un tesoro repentino te falta tiempo para salir a contarlo y a difundirlo.
Elvira me contagió su fervor por la novela nunca publicada en vida de Elena Fortún, “Oculto sendero”. Un manuscrito que no llegó a nadie: de pronto su lectura es un estremecimiento que trastorna la historia completa de la literatura española del siglo XX, la de la negra postguerra, donde al parecer no había más innovación que “Pascual Duarte”.
Mientras tanto, Max Aub escribía en México, y Elena Fortún, creo que en Argentina, se atrevía a escribir esta novela valerosa, limpia de escritura, de un oído para el habla tan preciso como el de Galdós, de una valentía no menos poderosa por ser también muy melancólica. “Oculto sendero” tiene una cosa que a mí, como autor de novelas -novelista me parece un poco sobrado- me da mucha envidia, el fluir plano del tiempo, como en “La educación sentimental”. Esta novela es una educación sentimental en el sentido más pleno, el relato de los aprendizajes de una vida, de una enconada rebeldía que es más visceral porque durante mucho tiempo no sabe poner nombre a aquello en lo que se fundamenta. ¿Quién recuerda haber oído el nombre de Elena Fortún en sus clases de literatura española? Pues resulta que fue, en secreto, malentendida, olvidada, minusvalorada como autora de libros para niños, uno o una de los grandes de este último siglo.
Vuelvo a toda prisa a seguir leyendo la novela. Qué maravilla, leer novelas, sumergirse en ellas, celebrarlas. La novela es el cetáceo rey en el ecosistema submarino de la literatura.