Una franquicia

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Cuando era un adolescente con vocación de periodista leí con entusiasmo el Informe sobre la información de Manuel Vázquez Montalbán. Seguí leyéndolo después, en Triunfo y en Por favor, con su nombre propio o bajo los múltiples pseudónimos que usaba. Uno de ellos me era muy querido: Sixto Cámara. Con él escribía unas columnas narrativas en Triunfo -La Capilla Sixtina- que me enseñaron a intuir algunas de las posibilidades literarias del oficio. Fui leyendo, claro, las novelas de Pepe Carvalho según salían. Luego tuve ocasión de conocerlo y de tratarlo algo, de manera intermitente, siempre con mucho afecto por medio. Era un escritor muy generoso con los que veníamos detrás. Era tímido, desde luego, y muy serio, y carecía de pose, o de arrogancia. Ni rastro, nunca. Visto con los años, y releído despacio, Vázquez Montalbán es un escritor de talento al que no le habría costado mucho lograr cosas mejores. Escribía mucho, muchísimo, y yo creo que revisaba poco. Pero tenía un mundo que era solo suyo, y vivía en él y hacía que el lector viviera en él, que es lo máximo que se le puede pedir a un novelista. Hay una Barcelona que será siempre la de Vázquez Montalbán y Pepe Carvalho, la del largo tránsito entre la dictadura y la democracia, entre las ilusiones justicieras  y las fantasías ideológicas y los logros siempre parciales y frágiles de la realidad.

Habiéndolo leído, conociendo sus opiniones políticas y literarias, conociéndolo a él, me parece más inverosímil todavía, por no decir otra cosa, que sus herederos consideren a Pepe Carvalho una especie de franquicia y le hayan encargado a otro escritor una nueva entrega de sus aventuras. Pepe Carvalho es Vázquez Montalbán de esa manera profunda en que un personaje es su autor en lo que se le parece y en lo que no se le parece. Es tan suyo como lo era su voz grave y seria, su sentido del humor, su mezcla de hedonismo y de desengaño: tan suyo como era Philip Marlowe de Raymond Chandler, o Fortunata de Galdós. No pongo en duda las cualidades del escritor al que le han encargado el trabajo, pero sí su buen juicio al aceptarlo, y más todavía el de los herederos. Pepe Carvalho no es una franquicia: es una presencia irrepetible de la literatura. Para que vuelva a existir no hace falta que nadie usurpe a su autor aprovechando que está muerto y le dedique una novela. Basta con leer las novelas que le dedicó su autor.

Antonio Muñoz Molina
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