A Walter Benjamin le subyugaban los objetos. Era de esas personas que lo tocan todo con una sensualidad exploradora en las manos, los dedos que parece que se dilatan al tocar y adquieren un poder adhesivo como de ventosas. Su amor por los libros infantiles y por cualquier clase de libro o revista o periódico era tan material como el que sentía por los juguetes. Una curiosa fraternidad une en ese amor a tres contemporáneos, cada uno de ellos extemporáneo a su manera: Benjamin, Klee, Torres-García. Hasta el final de su vida errante Benjamin conservó un dibujo de Klee que había comprado en 1924, la figura de un ángel, Angelus Novus. Solo se desprendió de él en los últimos tiempos de incertidumbre y penuria en París, cuando tendría que haberse marchado y no lo hacía, cuando aún estaba a tiempo de huir de Europa, antes de la declaración de guerra en septiembre de 1939.
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