Felicidades

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He salido a la caída de la tarde para disfrutar ese silencio misterioso en el preludio de la fiesta, esa consigna universal de recogimiento. Está claro que hay demasiado ruido en el mundo. La ciudad es tan apacible como un valle alpino, como mi otro barrio de Nueva York la tarde de Thanksgiving.

El magnetismo de la fecha, de la memoria. Voy a comprar unas películas a unos “conocidos grandes almacenes”, y me martirizan los villancicos con una espesura de jarabe, con un sonido horrible, a un volumen seguramente calculado para exagerar la ansiedad adquisitiva. Entonces suena esa letra que le gustaba tanto a Cyril Connolly:

La Nochebuena se viene

la Nochebuena se va

y nosotros nos iremos

y no volveremos más.

Y me entra toda la dulzura y la congoja infantil de escuchar esas palabras que le avisaban a uno tan precozmente del paso del tiempo.