Cómo me gusta escuchar las conversaciones de la gente por la calle; lo que dicen en el teléfono o lo que se cuentan entre sí mientras caminan y se cruzan conmigo, o yo me adelanto, o van andando a mi paso, o yo lo hago más lento para escuchar un poco más. Las cosas más tremendas las dice la gente por teléfono. “Esto se tenía que acabar y se va a acabar ahora mismo”. A saber qué sobresalto o qué desgarro han provocado esas palabras en una vida. Algunas veces parece que viene un loco gesticulando y es alguien que habla con un móvil manos libres. Claro que también habrá locos que hablen gesticulando con un móvil manos libres. El mejor sitio para escuchar conversaciones quizás sea el autobús. Hay menos ruido y la cobertura es más fiable. Esta tarde voy por la calle, anocheciendo, con un punto de niebla en el aire, y una mujer joven habla con otra mientras pasa a mi lado: “Claro que me acuerdo de lo que le dije. Me acuerdo perfectamente. Cómo no voy a acordarme si me salió del alma”. De toda esa historia no podré saber nada más: como de un templo o un palacio antiguo del que solo queda un trozo de columna, una estatua sin cabeza.
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