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La belleza siempre es inesperada: tiene una parte de prodigio. Cónyuge gandul, porque Elvira está dando un curso de cine, salgo del hotel en Cádiz y echo a andar con las manos en los bolsillos, sin nada que hacer, por una calle recta, sin tráfico, con casas blancas como de antigua prosperidad comercial y torreones de miradores sobre las terrazas. Hace años que no vengo a Cádiz y camino al azar. La calle avanza como una frase infalible. Hay una plaza con acacias, y luego otra, y por fin, al fondo, inesperadamente, asombrosamente, está el mar.