Hace años, una noche invernal de ventisca, me enfrenté al frío y a la nieve y a los peldaños bruñidos de hielo de las estaciones de metro para escuchar A Love Supreme en una iglesia de exterior cochambroso y acústica limpísima en el East Village, no muy lejos de donde había estado un club de jazz legendario, el Five Spots. En el Five Spots, al lado de Thelonious Monk, John Coltrane vivió durante varios años uno de los episodios fundamentales de su educación como artista, y también de su regreso a la vida después del largo túnel siniestro de la heroína y el alcohol. El testimonio de aquel regreso, que para Coltrane tenía el significado religioso de una redención, de un renacer después de la conversión y el bautismo, fue A Love Supreme: no solo, cincuenta y tantos años después de su publicación, una de las cimas de la música de jazz, sino también de la música del siglo XX, de la música religiosa o sacra del siglo XX.
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