El linaje de Thomas de Quincey

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Lo sepas o no, si escribes con ambición expresiva en un periódico y si te dejas ir por una ciudad en el gran río de los desconocidos, si te sobrecogen los misterios de lo real y las truculencias de lo imaginario, si tienes la tentación de abandonarte a la ebriedad de las sensaciones de la vida y de los paraísos artificiales, algunos más tóxicos o más adictivos que otros, eres un discípulo de Thomas de Quincey. Incluso no es imprescindible que te importe mucho la literatura: escucha la voz y las letras de Lou Reed en aquel disco, New York, y una parte del espíritu de Thomas de Quincey estará filtrándose en ti. Lou Reed puede invocar en sus canciones la noche lóbrega de Saint Mark’s Place en los años setenta, las calles entonces sumergidas en una negrura de desfiladeros del Soho: pero el pálpito de excitación y peligro de la vida nocturna, el vagabundeo del que busca lo prohibido o lo imposible o del que sigue caminando porque no tiene dónde caerse vivo ni muerto, remontan su origen a las calles de Londres que recorría Thomas de Quincey a principios del siglo XIX, Oxford Street, su “madrastra de corazón de piedra”, Greek Street, las calles mal alumbradas con faroles de aceite en las que De Quincey fue un adolescente fugitivo.

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