El mendigo joven sentado en al acera mira al vacío con una expresión más de melancolía fatigada que desamparo. Los mendigos que están sentados en la acera, envueltos en abrigos o mantas, con una copa de plástico para las limosnas y un cartón en el que resumen su infortunio, suelen ser jóvenes y blancos. Los que piden en voz alta, agitando la copa, y acercándose a uno, son siempre negros. Los negros hablan, a veces con una cantinela: spare change, spare change, please gimme somethin’ to eat. Los blancos piden callados y por escrito. Este al que me refiero de pronto parece que despierta y se le pone en la cara una gran sonrisa encantada. Se levanta, con algo de vacilación, porque tendrá las piernas entumecidas, y se aparta sin apuro de sus pertenencias, la mochila, el cartón, el saco de dormir, la manzana que acaba de darle alguien, y que no ha probado. Cruza rápido la acera muy ancha y se inclina en el bordillo, con la misma expresión de felicidad: alguien acaba de tirar un cigarrillo encendido, casi entero. El mendigo lo recoge y cuando vuelve a su puesto fuma con gran concentración, despacio, para que dure más, tan reflexivamente como si estuviera fumándose un habano.
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Estoy trabajando en la biblioteca pública, muy distraído en lo que hago. Leo El hombre invisible de H.G. Wells tomando notas, por gusto, por leer mejor. Levanto la cara del cuaderno y al otro lado de la mesa hay alguien a quien no he visto llegar. Es una mujer negra, que también está muy concentrada en algo, la pantalla de un portátil, las cosas que apunta con letra grande en una libreta. Tiene una cara severa, y viste, con la misma seriedad que si llevara un uniforme, un disfraz gigante de bebé: de fieltro, de color rosa fuerte, con los bajos abolsados, con unas zapatillas de conejo, con un capuchón rosa que se ajusta a su gran cara redonda, con un cerco de bordados como los de los gorritos que les ponían a los bebés para los bautizos. Al notar que la observo, la señora me mira con su severidad de policía o de agente de inmigración. No me había acordado de que es Halloween. Luego me sonríe y vuelve a lo suyo.