En esto no hay término medio. O se camina solo o se camina muy bien acompañado. Paseamos Miguel y yo, en el atardecer todavía caluroso, por los márgenes sureños y populares de Madrid, y vamos charlando de esto y de lo otro, según los azares del paseo y la conversación. Sin dejar de ser castizos, estos barrios se han hecho andinos, caribeños y asiáticos. El exotismo de sus nuevos habitantes los hace más castizos y madrileños todavía. Miguel es de esas personas que han nacido en un sitio y no tienen la menor intención de vivir en ningún otro, aunque viajen por ahí y tengan una curiosidad intensa por el resto del mundo. Miguel es de Madrid como era mi padre de Úbeda, por ejemplo, o como es de Bilbao Iñaki Uriarte, o como era de Cádiz el Beni de Cádiz, de una manera biológica, definitiva, gozosa, acogedora. Me indica edificios que le gustan mucho: arquitecturas industriales de ladrillo, bloques de pisos modernistas de los años cuarenta, un hotel admirable de los primeros sesenta, el Carlton en el paseo de las Delicias. Al aficionado a las arquitecturas de la ciudad le gusta fijarse en tesoros no evidentes. Recalamos en un bar con letreros de azulejos y barra de zinc, con anaqueles de madera pintados de un verde luminoso que Miguel, experto en estas cosas, llama verde carruaje. El calor y el paseo nos dan mucha sed. Como Miguel es joven se toma dos cañas. Como yo no lo soy, y además aspiro a trabajar esta tarde, tomo agua con gas y limón. A nuestro lado un vecino del barrio de cara encendida se toma un gin tonic después de saludar familiarmente a la bella camarera morena con acento dominicano. Miguel me cuenta cosas de un amigo suyo al que yo tengo muchas ganas de conocer. Tiene su edad, en torno a los treinta, sabe muchísimo de Historia del Arte, escribe sobre pintura con talento y sensibilidad, sin rastro de jerga académica ni culterana. Con tantas cualificaciones no consigue un trabajo seguro; no ya un trabajo que le permita vivir con dignidad, sino que sirva al menos para que su conocimiento se transmita a otros, para investigar y enseñar. No es un joven, un aspirante: es un hombre inteligente y capaz en la plenitud de sus treinta años. Cobra cinco euros a la hora en una caseta de la Feria del Libro; una caseta culturalmente prestigiosa. Así están, así estamos.
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