En la era benéfica de Spotify no disminuye la atracción de los discos. Me gusta coleccionarlos y dejar que la mirada divague por las estanterías hasta encontrar uno que me apetezca en un cierto momento. Me gusta más todavía curiosear por los puestos de segunda mano, donde el azar le reserva a uno tantos tesoros, y si voy al Corte Inglés a comprar algo nunca venzo la tentación de ir a mirar los discos, aunque se haya reducido tanto la abundancia de otros tiempos. El otro día me desvié del camino que me llevaba a la sección de Electrodomésticos y Hogar y me entretuve en la sección de música, a ver qué aparecía. Entre los hallazgos que me llevé a casa, no sin culpabilidad, estaba un tesoro que se grabó en 1957, y que suena de entonces y de ahora mismo: Mulligan Meets Monk.
Gerry Mulligan toca el raro saxo barítono con una originalidad casi equivalente a la de Thelonious Monk en el piano. En esos años los dos estaban en plenitud de facultades. Los acompañan dos sidemen habituales de Monk: Wilbur Ware al contrabajo y Shadow Wilson a la batería. Shadow Wilson es uno de los nombres más extraordinarios que conozco, como un héroe de comic o de película de miedo: Sombra Wilson, el batería como una sombra rítmica a la zaga del solista.
Pero en materia de nombres, como ya reconoció Julio Cortázar, nadie le gana al propio Monk. Thelonious S. Monk. Thelonious Sphere Monk. No solo se llamaba Telonio y Monje: también Esfera. Entrar en su música es como recluirse en una celda de su monasterio privado, como sumergirse en la esfera y el batiscafo de una poesía telegráfica y entrecortada en la que no se parece a nadie, él solo y algo sonámbulo cuando se levantaba del piano y empezaba a dar unos pasos lentos de plantígrado. Se ve muy bien en el documental que produjo sobre él Clint Eastwood, uno de los más tenaces valedores de la música y de los músicos de jazz. El documental, Straight, No Chaser, era muy difícil de encontrar hasta hace unos años, pero ahora se encuentra íntegro en YouTube.
Sin YouTube, sin Spotify, qué sería de nosotros, los aficionados caprichosos a la música.