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Mi amiga y antigua alumna era médico en ejercicio en España y vino a Nueva York para estudiar en la maestría de escritura creativa de NYU. La vocación de la medicina y la de la literatura son simultáneas en ella. Vino para un par de años, y se fue quedando, primero en un trabajo, ahora en otro, más relacionado con lo suyo, un trabajo fundamental en esta ciudad de emigrantes del mundo entero: es intérprete de español en hospitales. Al principio estaba retraída en mis clases, porque siendo médico le parecía que era un poco intrusa en un mundo de literatos. Pero ella tenía un sentido de las palabras y de la realidad, y de la relación entre las dos, más certero que el de mucho que se consideraban ya escritores. Es una mujer inteligente, dulce y reflexiva que encontrará muy pronto la manera de contar en un libro cómo es ese mundo sumergido en el que pasa ahora una parte de su vida. Como tantas personas en esta ciudad, trabaja muchas horas por un salario muy insuficiente, irregular, sin seguro médico. Todavía está educándose para evitar los malentendidos de nuestra variante española de la lengua. Traduciendo las instrucciones del médico le dijo a un enfermo mexicano que se quitara los calcetines y el enfermo primero no entendió lo que decía y luego se echó a reir. Ella se corrigió rápido y dijo “medias”. El enfermo la animó a seguir diciendo calcetines: le parecía muy rara y muy cómica esa palabra.

Tomamos café en la mañana lluviosa del sábado. Lo que decidió a mi amiga en el debate íntimo entre quedarse y no quedarse fue una razón inapelable: se enamoró y se casó. Viene su marido y ella me lo presenta. Tiene aspecto de lo que es: un vecino de este barrio de toda la vida. Un hombre alto y cordial que trabaja editando textos y tiene un conocimiento muy cercano y muy rico de la literatura. El café, un diner tradicional, es enorme y está lleno de un bullicio de gente que toma tremendos desayunos americanos, con grandes pelotones de huevos revueltos y tiras de bacon tostado. Con nuestra austeridad española nosotros tomamos café con leche. Mi amiga tiene en la mirada y en la sonrisa una expectación luminosa y tocada de cautela. Echa de menos su trabajo como pediatra en la sanidad pública española pero no la tiranía de no pasar más de cinco minutos viendo a un enfermo. Una amiga suya que tuvo un hijo y se fue a Buenos Aires le mandaba por el móvil imágenes de la cara y de la piel de su niño, que se había puesto enfermo. Mi amiga está contenta de haber acertado en el diagnóstico desde tan lejos: el niño tenía escaralatina.

Me cuenta que fue hace poco, más bien por curiosidad, a un acto de promoción turística de una autonomía española. La idea era mostrar las raíces y las huellas judías de esta comunidad de cuyo nombre no me acuerdo en una ciudad tan judía como Nueva York. Debieron de gastarse un dineral alquilando un ático de un hotel desde el que se veía la ciudad entera. Empezó el acto y se puso a hablar el emisario oficial de esa autonomía. Estuvo un rato balbuceando en un inglés ininteligible. Imagina uno que uno de los requerimientos de ese puesto sería hablar inglés. Mucha gente joven que ya lo habla perfectamente anda en España dando tumbos sin trabajo. Mi amiga pasó un mal rato viendo los apuros del dignatario y las caras de intriga de los raros hablantes de inglés que habían acudido. A continuación el dignatario pasó al español. Se puso a leer un discurso sobre las muchas bellezas de su autonomía y sus lazos inmemoriales con la cultura sefardí. De vez en cuando paraba para que tradujera un intérprete. El intérprete que habían contratado era tan malo que no se entendía su inglés, ni él parecía entender español. Se distraía, se quedaba perdido, decía cualquier cosa. Se ve que entre los viajes y el alquiler del penthouse se les había ido el presupuesto.

A continuación se sirvieron unos aperitivos y se repartieron folletos y regalitos autóctonos. Es muy probable que en los periódicos dóciles y en la televisión oficial de esa autonomía se informe del viaje como de un gran éxito, un desembarco en Nueva York, como les gusta titular.