Estética de lo inacabado

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Pietro Aretino se pasó años reclamando a su amigo Tiziano que terminara el retrato que le había hecho y que Aretino le había pagado. Ahora nosotros vemos ese cuadro y nos sobrecoge por su maestría, por la sensualidad de los rasgos físicos y los lujosos tejidos venecianos, por la presencia imponente que establece delante de nosotros ese hombre grande y sanguíneo, barbudo, de grandes manos, de fulminante mirada italiana. Si un retrato es la invocación de una presencia, el Aretino de Tiziano es uno de los retratos pintados o esculpidos mejores que existen. Estremece la cercanía física, el volumen rotundo, la carnalidad de ese hombre, la expresión de sus deseos en la mirada y en el gesto de la boca, en la satisfacción del lujo, en el vigor de las manos, un hombre de gran inteligencia y de enormes apetitos, un grandullón sanguíneo dotado de una tranquila arrogancia que no se inclina ante nadie.

[…]

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Antonio Muñoz Molina
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