Carlos y Telmo vinieron a verme con su amiga Sara una tarde en la que yo andaba algo perdido en la nebulosa de la gripe. Carlos y Telmo venían con sus cuadernos y la grabadora del iPhone; Sara, con una cámara. Hay siempre excepciones, pero las fotógrafas suelen ser más cautelosas que sus colegas varones. Las fotógrafas tienden más a fijarse y a aprovechar el momento y los fotógrafos -insisto que no es una ley- a darte instrucciones sobre cómo has de posar. A mí, por diversas razones, suelen gustarme más las fotógrafas, aunque también andan por ahí Bernardo Pérez, Ricardo Martín, Gorka Lejarcegi y alguno más, fotógrafos que se han hecho amigos míos y me han enseñado a mirar.
Carlos y Telmo sacaron sus cuadernos y pusieron en marcha la grabadora y Sara se quedó rondando con una discreción gatuna. Nos conocemos desde hace años: Carlos y Telmo, los dos juntos o por separado, vienen a verme cuando firmo libros o cuando doy una charla en Madrid, y me traen siempre primeras ediciones o ediciones raras, porque pertenecen a esa generación de lectores jóvenes que viven como una militancia el romanticismo de la literatura y de los libros en papel, con sus bellezas de diseño y tipografía, con su sensualidad de cosas que se tocan y se gastan y preservan el testimonio de las lecturas. Si uno de ellos está de viaje viene a verme el otro. Carlos y Telmo vinieron para conversar conmigo, porque han comenzado un blog literario muy bien titulado, “Leer para contarlo”, y mientras conversábamos Sara se fijaba en todo y tomaba fotos, y también atendía y sonreía. Ahora estos amigos leales y fervorosos de la literatura han publicado aquella conversación en su blog, y a mí me da mucha alegría compartirla aquí. Quién dijo que no hay porvenir para los lectores y los libros.