Esto es lo que me produce más alegría: asistir al estallido de un talento joven, al fruto deslumbrante y a la recompensa de una vocación ilusionada que ha ido cuajando a lo largo de años de entrega y trabajo, de estudio, de perseverancia, de júbilo. Esta tarde me he escapado de los apuros permanentes del trabajo para ir con Elvira al Auditorio Nacional, donde tocaba nuestro amigo Antonio Galera con la Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid, dirigida por Eduardo Portal: otro despliegue colectivo de talento, con una vehemencia juvenil que alcanza un grado incandescente cuando llegan los despliegues sonoros, al final algo truculentos, de la 5ª Sinfonía de Tchaikowsky.
Antonio debutaba hoy en el Auditorio. Nos lo imaginábamos abrumado y nervioso, escuchando desde un corredor los aplausos que aproximaban el momento de su salida al escenario. Ha tocado admirablemente el concierto de piano nº 21 de Mozart. Sus padres andaban entre el público, pero también a nosotros se nos contagiaba algo de expectación y de orgullo paternal. Antonio es un pianista especialmente dotado para tocar el repertorio del clasicismo, entre Haydn y el primer Beethoven, una música de virtuosismo transparente y contención expresiva, que en Mozart está tocada muchas veces de intensidad emocional. En el segundo movimiento ya parecía que uno escuchaba a Chopin y hasta a Ravel, el tiempo lento de su primer concierto de piano. Nos conmovía luego la duración y la fuerza de los aplausos. Al salir le hemos dado a Antonio un abrazo y hemos vuelto a casa dando un paseo, como aligerados por la belleza y la liviandad de la música.
Ahora esperaremos a verlo debutar en Carnegie Hall.