Elogios de las cosas que importan

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Hace tiempo que procuro seguir todo lo que publica J.A. González Iglesias. Escribe artículos inteligentes, rigurosos y ágiles sobre literatura. Traduce a un castellano preciso y flexible la poesía clásica latina. Es profesor de Filología latina. Le tengo envidia porque puede leer a Catulo y a Virgilio y a Horacio en su idioma original, y al Lucrecio prodigioso de De Rerum Natura, que es probablemente uno de los fundadores de la racionalidad ilustrada. Yo tuve una excelente profesora de Latín en el Instituto, y llegué a adquirir un cierto dominio, pero por pereza y desidia dejé que se me olvidara. A González Iglesias se le nota en su poesía la disciplina expresiva del latín. Por ejemplo, en este pasaje de su “Oda a un objeto sencillo”:

 

Prefiero detenerme.

Necesito pensar en algo simple,

en un objeto de una sola pieza,

y me acuerdo del ánfora de barro,

hecha de tierra fresca y agua fresca,

trabajada en el torno, con las manos,

para guardar el vino o el aceite.

Pienso en su forma parecida a un cuerpo,

curva que va desde la piel al mundo.

 

Ayer, en El País, publicó una reflexión sobre los clásicos, sobre la conmemoración de Cervantes y sobre la enseñanza de la literatura que me parece admirable:

COMO SE DEBE CELEBRAR A UN CLÁSICO