Una forma de leer

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A punto de salir de viaje, compruebo que llevo conmigo, entre las cosas necesarias que no pueden olvidárseme, mi libro de Montaigne. Es el segundo tomo de la edición de bolsillo de Folio, espléndidamente editada y anota­da por Emmanuel Naya, Delphine Reguig-Naya y Alexandre Tarrête. Está muy moldeado por el trato con las manos y con los bolsillos de chaquetones y abrigos, y por las muchas idas y venidas en las que me ha acompañado. Es la segunda vez que lo leo en el plazo de unos meses. Empecé, uno poco por azar, una lectura seguida de los Ensayos al cabo de una temporada de inmersión en el Quijote, y en torno a él en otras obras de Cervantes, biografías y estudios. Ir de Cervantes a Montaigne fue quizás una deriva natural de lector, la intuición confirmada de ciertas afinidades, dos almas templadas en tiempos de furibundas explosiones de fanatismos religiosos, dos viajeros por Italia, dos herederos de la corta era de apertura mental del humanismo de la primera parte del siglo XVI.

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