Hay veces que el ánimo pide una sola música, muy concreta, y ninguna otra. Ahora, para mí,música de recogimiento y acogida, siempre piano solo, música que me dé una sensación confortadora de espacio, como de una casa o una habitación en las que puedo quedarme, sin prisa, un paréntesis en la agitación de la vida. Lo pensé hace años, poniendo la radio al volver a casa, de noche y muy cansado, después de uno de esos días agrios. Puse la radio y estaba sonando un nocturno de Chopin: sentí no que comprendía la música, sino que la música me comprendía a mí, que adivinaba con exactitud lo que me pasaba y encontraba el consuelo justo, la parte en la que necesitaba ser aplicado.
Oigo músicas así: fragmentarias, a rachas, como en cursiva, no muy estructuradas, familiares para mí como libros leídos muchas veces en el mismo ejemplar, trayendo recuerdos y despertando cosas nuevas: Nocturnos y Études de Chopin, preludios de Debussy, el Gaspard de la Nuit y los Miroirs de Ravel, la Música callada de Mompou, piezas breves para piano de Webern, los Études tan misteriosos de Ligeti, los discos de piano solo de Thelonious Monk. Cuando para la música tardo un rato en poner otro disco. En el silencio parece que sigue durando. Me acuerdo de los versos de Fray Luis:
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
Pero es que la poesía de Fray Luis causa justo el mismo efecto. Qué raro que el poeta más sereno de nuestra literatura fuera un hombre acosado y perseguido, encarcelado injustamente.