El último de los antiguos

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En el Museo del Prado Ingres es una presencia paradójica. A Ingres la gran pintura española del siglo XVII, Velázquez incluido, no le gustaba nada, porque se desviaba imperdonablemente del ideal establecido por Rafael, que para él era el modelo máximo de un arte alimentado además por los ejemplos de la Antigüedad. En 1865, cuando todavía duraba la vida excepcionalmente longeva de Ingres, un viaje de otro gran pintor francés al Prado estuvo en el origen de la transformación de la pintura que iba a dejar definitivamente atrás la estética del viejo maestro, ya entonces una reliquia de otras épocas. Édouard Manet había estudiado la pintura española en los museos de París, pero fue en Madrid, en el Prado, donde se encontró decisivamente con Velázquez, en una contemplación asombrada y exaltada que cimentó la madurez plena de su maestría.

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