Fiestas lectoras

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Vaivenes estacionales del ánimo y una preocupación de salud en la familia que felizmente se ha aclarado hoy mismo me han tenido más callado que de costumbre. Una llamada de teléfono a media mañana contiene todas las posibilidades de la pesadumbre o las de la alegría, el gran alivio del peligro alejado. Una persona muy cercana y muy querida dormirá esta noche tranquila por primera vez en bastante tiempo. Y eso le ayuda a uno a recordar que hay unas cuantas cosas muy importantes y otras que lo son menos, y a reservar su vehemencia para los esfuerzos necesarios.

Al tener una familia complicada nos hemos dividido desde siempre los regalos entre la Nochebuena y los Reyes Magos, según se reparten las presencias de los hijos. Desde hace unos años, y aprovechando que todo el mundo ya es adulto, he simplificado los regalos: a cada uno, en cada Navidad, una obra maestra de la literatura, ajustada a sus intereses y a sus inclinaciones, en una edición sólida, bien diseñada y bien impresa, para que dure mucho tiempo y a ser posible unas cuantas lecturas. Estas son las de 2015:

Scenes of Provincial Life, un volumen con los tres libros de la autobiografía de J.M. Coetzee.

Las novelas de Bascomb, la trilogía de Richard Ford centrada en ese personaje admirablemente construido, Frank Bascomb.

Obras completas, de Flannery O’Connor: todos sus cuentos, sus novelas cortas, sus ensayos y sus cartas en una gran edición compacta de la Library of America.

Vida y Destino, de Vasili Grossman, en la traducción española de Marta Rebón.

The Portable Dorothy Parker, una selección de poemas y cuentos muy bien editada, con una introducción excelente.

El ejemplo ha cundido, y a mí también me llueven los regalos lectores, aparte de chalecos de lana, cronómetros y cuentakilómetros para la bici: La Torre, una novela de Uwe Tellkamp que yo no conocía, sobre los últimos años de la RDA, traducida por Carmen Gauger; las Cartas a Véra, de Nabokov, en traducción de Marta Rebón; y Stoner, de John Williams, traducido por Antonio Díaz Fernández. Una ventaja de la edad es que los hijos le descubran a uno lecturas y escritores que no conocía.