Asomarse al exterior

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Es curiosa la indiferencia que suele haber, en la política española, hacia el mundo exterior, y hacia la posición de nuestro país en él, y el trabajo, unas veces excelente y otras no, de las personas encargadas profesionalmente de defender nuestros intereses, proteger a nuestros ciudadanos y participar en misiones de cooperación, o de seguridad internacional. Nuestro bienestar y nuestra estabilidad dependen cada vez más de nuestro lugar en el mundo, pero nuestra presencia en él suele ser escasa, en ocasiones nula, regida por vaivenes políticos que le quitan continuidad y por lo tanto eficacia. La dotación de nuestro servicio exterior es ridícula, por comparación con países no ya equivalentes, sino más pequeños. Como en tantas otras cosas, casi todo depende de la calidad o del sentido del deber o del entusiasmo de personas concretas, trabajando siempre con medios muy limitados, en equipos en los que el mérito puede contar mucho menos que las conexiones particulares, o que la adscripción política. Una acción exterior eficaz requiere tres cosas que el clima político español hace muy difíciles: una noción de los intereses generales, por encima de la disputa partidista perpetua;  una visión a largo plazo; y un criterio exclusivo de mérito e independencia profesional en las personas encargadas de llevar a cabo tareas tan comprometidas. Por eso me ha gustado tanto leer hoy el artículo de José Ignacio Torreblanca en El País: como él dice, después de tanto ensimismamiento, hay que volver al mundo.